jueves, 14 de mayo de 2009

Algo del taller

Sus manos delataban su edad y su oficio. Los dedos largos y nodulosos acariciaban la madera como un arco las cuerdas de un violín. Le gustaba decir que así escuchaba lo que ese trozo quería ser.
Trabajaba por las noche. El silencio le agradaba. Esperó a que el taller quede vació antes de empezar. Cuando el último empleado se marchó cerró con llave el portón y puso agua para el mate.
Colocó el bloque de madera que había elegido esa tarde en el depósito sobre el banco y lo aseguró: volvió a la cocina y cargó el termo con agua caliente.
Ya en el taller se detuvo a contemplar el bloque que tenía ante el. Con un lápiz trazó algunas lineas y cuando estuvo conforme volvió a tomar un mate.
Sentía los pies pesados. Durante los últimos años venia sintiendo en carne propia lo que los médicos y la edad le avisaban. No le importaba, siempre había hecho lo que quiso y ni los médicos ni sus 75 años le dirían que hacer. Pero esa noche sus piernas estaban especialmente pesadas, casi duras.
Hacia frió ya no sentía los dedos de los pies, les ordenaba que se mueven, pero no podía sentir si les obedecían. Le echó la culpa al frió y se olvidó del asunto.
Tomó una jubia y un mazo y se decidió a empezar. No tenia fuerzas para sostenerlos. Apenas podía sostener el mazo y golpear con el la herramienta para trabajar la madera.
No sentía dolor, tampoco era cansancio, solo no podía moverse. El mazo cayó de su mano y cuando quiso recogerla no consiguió agacharse lo suficiente para alcanzarlo.
Asustado, trató de gritar para pedir ayuda, algo estaba pasando que no podía moverse y tampoco conseguía hablar. Al enderezarse, sintiendo que caía se abrazó al bloque y fue lo último que hizo.
A la mañana siguiente, cuando un cerrajero pudo abrir el portón del taller encontraron la última escultura del viejo. Se había representado a si mismo abrazado a un bloque de madera.
Del viejo no se supo nunca mas nada.

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